Teatro alla Scala, I due Foscari

Teatro alla Scala, I due Foscari

Tuesday, December 10, 2013


Rafael Sánchez Cestero
Valor Dominicano

Cuando pienso en Rafael Sánchez Cestero, la palabra Don me viene a la mente, en todo su mejor y más completo significado, porque Don Rafael Sánchez Cestero fue verdaderamente un regalo del cielo para todos aquellos que amamos el canto en la República Dominicana. 
Rafael fue bendecido con una hermosa y viril voz de tenor, que regaló pródigamente a públicos numerosos en playas extranjeras, así como sobre nuestras tablas durante muchos años. 
De intenso carácter como intérprete, poseedor de excelente técnica, Don Fefé (como le llamábamos cariñosamente en el Conservatorio), de corazón generoso como era, decidió quedarse en nuestro país después del ’62 –en vez de regresar a Nueva York a seguir la carrera que había iniciado aquí al terminar la Segunda Guerra Mundial, en la que prestó servicios como soldado en el ejército Norteamericano- para entregarse a la enseñanza del canto, porque vio la necesidad que nuestro medio tenía de una persona como él, que supiera hacer bien las cosas de su oficio.
Todas las generaciones de cantantes dominicanos que surgieron desde entonces, le debemos algo a nuestro querido Fefé.
 Él alimentó mi vocación desde el día que nos conocimos en Octubre del 1974. Él me protegió celosamente, y únicamente gracias a él pude irme a Filadelfia a estudiar en el 1979, pues creía ciegamente en mí y en mis posibilidades de hacer carrera fuera del país.
Pasaron muchos años antes de que yo regresara a cantar a Santo Domingo, pero cuando finalmente comencé a cantar allá con cierta regularidad, me presentaba siempre algún alumno nuevo con promesa, para que yo lo oyera y lo aconsejara. Él me pedía que los aconsejara a ellos. La primera vez que me puso en ese aprieto, no supe ni que decirle al muchacho, pues en ese momento el amor que sentía por Fefé, así como la gratitud que le debía –que eran ya grandes- se multiplicaron millonariamente.
Incansable en el trabajo, generoso hasta el defecto, nunca pensó en sí mismo, sino en lo que era necesario dar a los que tenían menos que él, que éramos todos nosotros.
Siempre a la búsqueda de la técnica perfecta, del estilo elegante, de la interpretación justa que tanto se nos escapa a todos que siempre exageramos; él llevó esa llama inextinguible en su corazón hasta el momento mismo en el que tuvo que emprender el viaje sin regreso. 
“Inefable ese Sánchez Cestero”, lo definió con lágrimas de emoción en los ojos una tarde al terminar las clases, ese otro maestro mío del Conservatorio, Manuel Marino Miniño (me enseñó Armonía), al salir juntos del aula y escuchábamos, desde el otro lado del conservatorio viejo (que era enorme), como El Primer Tenor Dominicano mostraba a un estudiante la manera de hacer ¡una smorzatura perfecta sobre un si bemol agudo!
Recuerdo la última vez que lo ví, cuando fui a cantar un concierto en el Teatro Nacional, en mayo del 1999: la llama aún ardía con todo su furor, pero la vi que se alejaba, y supe entonces que pronto habría de partir, mi querido viejo león que aún rugía por el amor de su Esposa. Compañera sin igual para el gran artista, a la que amó tanto. Me habló mucho de ella en esa ocasión. Mucho. 
¡Cuánto la amó! ¡Cuánto la extrañaba!
Así, cuando regresé a Santo Domingo en Agosto de ese año a cantar mi primera ópera en mi país, no me sorprendió la ausencia de Fefé en la platea o el balcón durante los ensayos.

Él me bautizó cariñosamente “El Cometa”, porque, en ocasiones, yo desaparecía por unas semanas, a veces meses. Yo le explicaba que tenía que asimilar el progreso que habíamos hecho para regresar a él y seguir hacia adelante.
 Él reía y me daba un pescozón o me tomaba de la oreja, afectuosamente llevándome al piano para hacerme vocalizar.
Soñamos mucho juntos. Soñamos proyectos la mayoría de los cuales nunca pudimos llevar a cabo, pero no por falta de deseo de trabajar, ni de imaginación por su parte, o de talento por la nuestra: éramos muchos los alumnos con talento que tenía Don Fefé en esos días en su estudio. Y cuando nos desmoralizábamos debido a los fallidos intentos, siempre nos animaba para que siguiéramos creciendo técnicamente y desarrolláramos nuestros instintos y nuestras almas, de manera tal que siempre diéramos lo mejor de nosotros mismos al ‘don’ que nos había encargado a cada uno el Creador.
Insistió siempre en enseñarnos el repertorio de canciones dominicanas, y son muchas las canciones que canto como él me las enseñara de mi repertorio nativo (fotocopiadas de sus partituras), dondequiera que hago un recital
De baja estatura, fuerte, de paso decidido, caminando con la faz siempre mirando hacia adelante, como quien busca un horizonte y lo hace de manera tal como para que a nadie le quedara duda alguna de que lo lograría, el labio cerrado fuertemente y el seño fruncido eternamente lo recuerdo, pero pronto a la carcajada sana y espontánea y a la mirada bondadosa y cándida…
Grande, Generoso y Cálido Sol que iluminó mi vida entonces, y cuya memoria vive conmigo: su fotografía (del 1991, junto a mí, en su casa de la calle Dr. Báez) sobre mi piano en New York, como un Ángel Guardián protege los sueños de este su Cometa, que debe regresar siempre a él, brillante sol de mi vida en el mundo de mis recuerdos, cada vez que mis fuerzas y brillo  se agotan, y entonces busco en mi memoria aquel positivismo tan suyo, aquella fuerza indómita que aún hoy día me parece que siento muy cerca de mi, y que me nutre incluso después de 25 años de haberlo dejado, pero no olvidado.
Mi Viejo Maestro, Don Fefé, Dominicano con mayúscula, de esos con los que valió la pena haber convivido.
Muchas tierras del globo se sentirían orgullosas de poder llamarlo HIJO.

Francisco Casanova
18 de julio del 2003.
New York.




www.veramusicaltd.com dedicated to excellence

No comments:

Post a Comment